INDIVIDUO Y
COLECTIVIDAD
LA COLECTIVIDAD Y EL INDIVIDUO:
Hoy
que los pueblos tienden a perder sus caracteres peculiares para seguir la
corriente uniformadora de la civilización, las diferentes escuelas fundadas por
el pensamiento incurren en el mismo error, y se tiende a dar a la sociedad un
brillo y una grandiosidad colectiva en que el individuo vivirá sumergido en el
gran todo sin garantías que pongan a salvo su perfecta y absoluta autonomía.
Pretende
el absolutista volver a aquellos gloriosos tiempos de Carlos V y Felipe II en
que por el predominio de nuestras armas no se ponía el sol en los dominios
españoles; esforzándose los partidos liberales por dar a las naciones dominadas
por la burguesía capitalista el esplendor que alcanzaron durante el apogeo
monárquico; sueñan las democracias con la fundación de repúblicas poderosas en
que por la belleza de sus monumentos, la grandiosidad de sus obras públicas y
la exuberancia de su producción brille refulgente la majestad del pueblo; hasta
las escuelas socialistas rinden tributo a la preocupación de la gloria
colectiva teniendo en poco al individuo con tal de presentar su sociedad ideal
engalanada con los resplandores de la grandeza, desconociendo todos que el
brillo colectivo que oculta la miseria moral y material del individuo es un
despreciable oropel.
Imagine
el lector una pila de monedas cuyo total sea 100, por ejemplo: si la mayor
parte son falsas el valor de aquellas 100 unidades es ficticio y por nadie será
aceptado. Del mismo modo si una nación ostenta exuberante producción, rico
comercio, ejército poderoso, solemnes y aparatosas instituciones políticas para
encubrir un proletariado sometido a la explotación, y de sus veinte o
veinticinco millones de habitantes resulta una parte mínima que vive en un buen
medio mientras la inmensa mayoría hállase reducida a un nivel inferior, el
brillo de aquella nación será falso para el pensador que juzga a Ias naciones
por el fondo de justicia que pueda contener su constitución.
En
toda clasificación científica el individuo ha de tener los caracteres
esenciales de la especie, y, por tanto, el hombre es el tipo de la humanidad.
La
consecuencia lógica de este principio es que toda agrupación humana ha de
hallarse constituida de manera que entre la unidad y el conjunto exista
perfecta y justa relación; de modo que las condiciones esenciales de vida y
desarrollo físico y moral del individuo no se hallen menoscabados en manera
alguna por la colectividad, antes por el contrario ésta seca como el resumen
completo de aquéllas.
Es
imposible separar en lo humano la idea individuo de la colectividad. El
individuo necesita de la colectividad para alcanzar la plenitud de su ser, y la
colectividad necesita de los individuos, no sólo para formar número, sino para
reunir el conjunto de iniciativas, actividades e inteligencias que en bien de
las unidades y del grupo puedan hacerse.
Si
por abstracción separásemos estas dos ideas inseparables, y quisiéramos
desligar al individuo de todo lazo social, como al par que le quitásemos
deberes sociales le quitaríamos los correspondientes derechos, le llevaríamos
al estado salvaje, en el cual no haría absolutamente nada por sus semejante, se
hallara desligado de toda sujeción y dependencia, pero sólo tendría para el
cultivo de su inteligencia sus propias y exclusivas observaciones, y para
atender a sus múltiples necesidades corporales, el limitadísimo producto de su
propio y único trabajo, con lo cual viviría ignorante y miserable por todo
extremo.
Si
por el contrario quisiéramos construir una sociedad brillante y poderosa que
por sí misma atendiese a las minuciosidades de su vida interior y a los grandes
prestigios del exterior, y cuya organización fuese tan perfecta que su
mecanismo llevase su acción a todas partes, distribuyendo la savia de la vida
por todas las jerarquías sociales, llegaríamos a formar una sociedad como
alguna de las que en la antigüedad existieron, o daríamos vida a alguna de las utopías
comunistas, pero con toda su grandeza esa creación, por no responder al
principio fundamental de toda sociedad, por reducir al individuo a la condición
de simple átomo que vive por y para la vida de un todo, sería un monstruo tan
falto de realidad como los creados por la fantasía de los artistas en las
grandes concepciones de ornamentación.
Tiene
el hombre grandes aptitudes: puede analizar cuanto le rodea llegando a
sorprender la vida hasta en las más remotas y ocultas cavidades en que radica;
puede conocer la ciencia, la sustancia y la constitución de todas las
manifestaciones de la vida; tiene conocimiento exacto de la mecánica universal;
puede elevar su inteligencia a la concepción de la verdad en lo físico y en lo
moral, del mismo modo que por la imaginación concibe la belleza forjando las
más brillantes producciones artísticas; pero todo ese poder háyase supeditado a
una condición esencialísima: la asociación.
Por ella el individuo se
circunscribe a producir en la esfera de su propia especialidad; por ella se
aprovecha de las observaciones y de los conocimientos de sus semejantes
contemporáneos y precedentes a través de los siglos y de las distancias; por
ella cambia los productos de su actividad con los de todos los miembros
sociales y provee a las múltiples necesidades de su existencia. También la
piedra sumergida en el abismo de la cantera donde se formara tiene un modo de
ser informe y abrupto, pero pulida por la mano del trabajador y colocada en
combinación con otras por la dirección inteligente del artista, forma el
admirable monumento que desafía las injurias del tiempo y causa la admiración
de las generaciones.
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